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  • Writer's pictureMiguel A. Fernandez

El Guerrero Solar: Prólogo a "El Eclipse"



El título de esta obra, “El Eclipse” integrada en la trilogía de “El Guerrero Solar” está inspirado esencialmente al hecho cósmico de que en las civilizaciones, culturas y en el dominio de la naturaleza, cuandoquiera desaparecen las potencias de luz, son precisamente las fuerzas más oscuras y desconocidas las que rigen las vidas, aunque no necesariamente los destinos de las vidas.


Fue precisamente durante el desmantelamiento de la Orden de los Caballeros Templarios por el rey Felipe IV, “El Hermoso” de Francia en el siglo XIV lo que supuso un acto que dejaría a Occidente sumido en una progresiva penumbra. Esta “penumbra” u oscuridad comenzó a arreciar primeramente a nivel de los Estados y monarquías, corrompiendo la nobleza e integridad de las aristocracias, y poco a poco tal penumbra esparció luego su sombra hasta las clases populares, siendo el epicentro de tal fenómeno decisivo la catedral de Notre-Dame en París, en el año 1314, cuando el último Gran Maestre de la Órden Templaria, Jacques de Molay, fue quemado en la hoguera debido a falsas inculpaciones de herejía.

Este hecho, como se describió en “Orígenes, Ascenso y Decadencia” de la trilogía “El Guerrero Solar”, supuso un punto de inflexión en Occidente, constituyendo lo que para muchos sería el fin de la Edad Media y el comienzo de los tiempos modernos. Este evento propició asimismo la progresiva emergencia del SuperDragón en el dominio humano -descrito en más detalle en el libro previo de la trilogía “El Guerrero Solar”- y el hombre en Occidente se halló visceralmente expuesto a semejante entidad, sólo pudiendo “conjurar” aparentemente su amenaza mediante la ciencia reduccionista, las ideologías y las religiones seculares o monoteístas.

Surge ante este nuevo estado de las cosas la pregunta acerca de qué estamentos o grupos humanos de poder pueden hacerse con el control efectivo de la nueva situación emergida. Y he aquí que como otro hecho clave de la historia moderna acontece la constitución de la Masonería Especulativa en Londres, en el año 1717, un grupo de hombres eminentes en diversos campos que lograron superar temporalmente la crisis de sentido causado por la ausencia de principios Solares a nivel de Estado e individual, recurriendo sin embargo a la sustitución de tales principios antiguos por ideas abstractas, las ideas de la ilustración, en la que se asume de forma implícita una interpretación materialista de la existencia aplicada absolutamente a todas las cosas. Así, tanto la ciencia, la economía como la política comenzaron poco a poco a subordinarse al culto de la materia bruta, esto es, un culto a las formas más pasivas e inertes de la materia que ya no está asociada a ningún principio rector de orden metafísico, sobrenatural y Solar. Comienza así el imperialismo de las masas modernas.

Estas ideas agresivamente racionalistas propugnadas por la Masonería Especulativa -grupo político denominado en “El Eclipse” como “Los Señores del Templo Oscuro”- fueron luego propagadas a todos los estratos de la sociedad Occidental moderna, llegando inevitablemente a nuestros días. Y sin embargo, una de las enseñanzas que la Masonería Especulativa descartó de las diversas estructuras más antiguas de la Masonería (los Rosacruces, Francmasones y constructores de Catedrales del medioevo tardío…) era el peligro resultante de la sugestión y de la propaganda de ideas cuando el individuo sometido a tal propaganda no ha recibido una instrucción adecuada. Es precisamente esta intrusión en el dominio subconsciente del individuo lo que incentiva todavía más la alienación de tal individuo y la progresiva brecha entre las acciones específicas del individuo, y lo que tal individuo dice, piensa o puede comprender acerca de tales acciones.

Fueron precisamente las nobles castas Guerreras las que comprendían de forma natural que “las acciones hablan más alto que las palabras”, pero en el siglo XVIII de Occidente esta cosmovisión estaba ya prácticamente extinta, favoreciendo al contrario un culto exacerbado de la razón, los conceptos abstractos, las ideologías y los idealismos, todo ello sumergido además en una visión romanticista y económica de la existencia que cada vez se desligaba más del dominio efectivo de la acción y del sentido de tal acción, la cual poco a poco se tornó autónoma e independiente de la voluntad humana. Aunque ni siquiera la Masonería Especulativa era realmente consciente de lo que hacía, en el fondo la difusión y propaganda de las ideas de la ilustración resultaron medios muy efectivos a la hora de catalizar la propagación del SuperDragón a todos los niveles, primero en el sentido de mejorar la distribución de su sangre, el petróleo -llamado en la Edad Media “acqua infernales” (el agua del infierno)- y segundo en el sentido de dejar al hombre moderno cada vez más expuesto a la movilización extrema de sus acciones, acciones en gran medida pasivas y que el hombre, no consciente de la causa o “motor inmóvil” que dirige tales acciones, sólo puede al final padecer y sufrir de forma pasiva.

En todo esto, tanto el capitalismo como el comunismo proliferaron en el siglo XIX y XX como dos ideologías que sólo difieren en los medios que emplean, pero que se dan la mano respecto de los fines ¿Y cuáles son estos fines? La constitución de una sociedad opulenta donde la superproducción y la satisfacción constante de las necesidades y los deseos atrofia en el hombre la posibilidad de cuestionarse el sentido y la necesaria lucha por el sentido, el cual, como dijimos antes, sólo puede ser otorgado por principios solares legitimados políticamente en el Imperio Solar. Pero la idea de Imperio Solar había sido ya maldecida por la Iglesia desde el Siglo XV, y cuando emergieron como ideologías tanto el capitalismo o comunismo, ya no existía casi un solo rastro de la idea de Imperio Solar en ninguna parte. Y sin embargo, no por ello las finalidades estaban ausentes, sino que el hombre Occidental, cegado por visiones falsas, abstractas e ideológicas de la existencia, simplemente estaba incapacitado para poder ver el sentido. Y esencialmente el sentido de las acciones humanas en el siglo XIX iban en una dirección muy concreta: La constitución progresiva del Estado Tecnocrático planetario: El Tecno-Sistema.


Es en esta segunda parte del libro “El Eclipse” donde emerge el reto de poder observar con nuevos ojos la configuración de poder aparecido con fuerza en el siglo XX denominado Tecno-Sistema, el cual constituye -especialmente en nuestros días- la entidad que en última instancia rige el destino de la humanidad entera.


Como fase preliminar a la hora de poder arrojar luz sobre tal superestructura e infraestructura de poder, es imprescindible como requerimiento previo un purgado ideológico del individuo que se enfrenta a tal tarea. En cierto modo, se podría decir que en este punto nos hallamos ya en el ecuador de la trilogía “El Guerrero Solar” y que hasta este momento se ha descrito en gran medida la lucha de la visión religiosa monoteísta de la existencia (el “Dios” cristiano en el caso de Occidente) y de las diversas ideologías frente al antiguo y misterioso ideal sagrado del Imperio Solar. Hasta este punto de la trilogía se describen las genealogías principlaes de las diversas ideologías e ilusiones modernas, las cuales se corresponden a grandes rasgos con la ideología de la felicidad, la ideología del trabajo, la ideología de la ciencia y la ilusión de la política. A muchos lectores les sonará chocante que la felicidad de tipo moderna se corresponda con una ideología, pero en este libro se describe en detalle cómo tanto la felicidad, el trabajo y la ciencia, en el momento que exigen de condiciones materiales que fomentan la pasividad y el “dejarse ir” del individuo, se tornan necesariamente ideológicas. La felicidad verdadera, al contrario, se corresponde con una felicidad activa, y un estado de ánimo positivo de aquel individuo que está dispuesto a luchar por su destino, y este tipo de actividad feliz no puede corresponderse con el trabajo concebido en términos exclusivamente económicos o de producción; esta actividad feliz se ejecuta de modo incondicional y no tiene ningún apego al dolor, al placer ni a las consecuencias o recompensas de tal actividad… En resumen, la felicidad verdadera no es un objetivo sino una condición de existencia. Pero cuando el individuo espera una recompensa de su trabajo, o una satisfacción de sus necesidades o deseos, éste es el signo inequívoco de que el trabajo exigirá eventualmente de una ideología para su justificación. Esta diferencia entre la felicidad hedonista/bienestar/comfort de tintes ideológicos y la felicidad activa, es equivalente a la diferencia que existe entre la ciencia moderna reduccionista y la ciencia sagrada que todavía existía en el medioevo y la cosmovisión gótica. Y aunque esto sonará chirriante a muchos oídos, también la ciencia moderna es altamente ideológica, pues su intrínseca idea de objetividad independiente del sujeto que conoce, elimina inevitablemente el sujeto, y en última instancia elimina el posicionamiento verdaderamente activo del individuo conocedor, que no tiene más remedio que volverse pasivo frente a los objetos del conocimiento y las construcciones de la ciencia. Así, como hipótesis de trabajo elegido activamente en esta segunda parte del libro “El Eclipse” se ha decidido descartar cualquier interferencia causada por una visión política de la existencia, aunque será precisamente en el tercer libro, “El porvenir” donde se profundizará más en la cuestión de la ilusión y virtualidad de la política moderna, demostrando su total impotencia frente a las leyes y desarrollos del Tecno-Sistema mismo, y demostrando por tanto que la hipótesis empleada en este segundo libro de la trilogía “El Guerrero Solar” es adecuada. Este ejemplo sirve para poner de relieve que los métodos de la ciencia moderna en sí mismas no tienen valor ninguno, si no se pregunta a qué fin sirven y a qué contextos se adaptan.

Por tanto, en la segunda parte de “El Eclipse” se comenzará a describir el Tecno-Sistema, atendiendo exclusivamente a paradigmas científicos modernos. Esta parte de la trilogía será quizá la más difícil para muchos lectores, pues se profundiza en conceptos de física clásica, termodinámica, física de sistemas, etc. Pero sin embargo, a pesar de su insalvable dificultad, se trata de la exposición de una radical visión materialista de la existencia que se ha escogido a propósito para llevar al límite y a la reducción al absurdo la idea misma de “sólida” materialidad, y ello sin tener que recurrir en ningún caso a paradigmas como la mecánica cuántica.

Es en este ecuador de la trilogía “El Guerrero Solar” donde se pretende en primera instancia capturar el fenómeno de la formación de las estrellas y el Sol mediante paradigmas mecanicistas, deduciendo al fin la incapacidad de estos paradigmas para “tocar” el fenómeno neguentrópico de los soles y de la vida misma. Es en este punto donde el lector podrá percibir entre líneas como la potencia Solar se rebela del texto mismo de “El Eclipse”, queriéndose expresar en nuevos modos, facilitando así a algunos hombres la posibilidad de nuevamente en el siglo XX vencer a los Titanes y domar las fuerzas ígneas del SuperDragón mediante principios eminentemente Solares.

Pero antes de describir a estos pocos hombres de virtud heroica que emergieron como estrellas fugaces en el firmamento del siglo XX, será conveniente primero escalar desde la más pura materialidad metálica del Tecno-Sistema hacia el dominio técnico y tecnológico, introduciendo al lector en un concepto nuevo y revolucionario: la tecnicidad. El concepto de tecnicidad recupera del mundo antiguo el concepto de techné, y lo contrapone como luz a la oscuridad de la técnica funcional y cibernética que comenzó a proliferar en el siglo XX y que determinó asimismo la estructura de las más diversas ciencias y tecnologías. Se describe además la génesis del motor de combustión interna como un hecho de gran significación a la hora de demostrar que en el dominio tecnológico e industrial pueden tener lugar procesos autónomos que imitan a aquellos de la vida, y con los que el Guerrero Solar puede establecer un vínculo que recupera nuevamente aquel vínculo que ya existía siete siglos antes entre el Caballero Templario y su Espada. Estas posibilidades emergieron como casos muy aislados en el siglo XX, pero como toda estrella fugaz, dejaron detrás de sí una estela de luz que se propaga indefinidamente… Éstos hombres, paradigmas heroicos de estas nuevas posibilidades en el seno de las sociedades modernas, fueron el neocelandés Burt Munro, el estadounidense Chuck Yeager y el alemán Ernst Jünger. Los dos primeros viviendo en efecto una vida “de película” que fue inevitablemente llevado al cine, y el tercero aún esperando a un director genial que logre llevar su extraordinaria biografía heroica a las grandes pantallas.

Y sin embargo, estos hombres no constituyeron más que estrellas fugaces en la progresiva oscuridad de Occidente, una oscuridad sin embargo cada vez más iluminada por los focos del mundo del espectáculo y de la diversión. Y es que en “El Eclipse” se describe en profundidad cómo alrededor del año 1940-1950 el Tecno-Sistema se tornó físicamente cibernético en los departamentos del Instituto Tecnológico de Massachussets de E.E.U.U, favoreciendo nuevamente el contra-ataque de la técnica funcional a expensas de la tecnicidad, y consecuentemente dejando al hombre en segundo plano frente a la autonomía de un sistema que le extirpaba profundamente la más íntima responsabilidad. Esto impulsó necesariamente el contraataque de las ideologías y de las compensaciones humanas más diversas, siendo el hiperconsumo, el espectáculo y las drogas las formas más empleadas en la década de los 40-50a partir de la constitución cibernética del Tecno-Sistema, convirtiendo a la enorme masa de hombres de Occidente y Oriente a la esclavitud feliz y sumisa, tintada de pasatiempos políticos y de deportes televisados.


Y sin embargo la luz del Imperio Solar sigue sin dejarse vencer del todo, del mismo modo que en una eclipse total siempre hay pequeños resquicios que anuncian que tal oscuridad no puede durar para siempre… Así, al final de “El Eclipse” emerge nuevamente de las profundidades más remotas de la noche de los tiempos una nueva forma de concebir la lucha y la guerra, una forma imperial, noble y guerrera de concebir el conflicto humano en todos sus niveles. Será el chaturanga, el juego de ajedrez primordial, que vencerá al cerebro cibernético del Tecno-Sistema, no sobre el tablero, sino en el dominio de la eternidad.

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