Los principios que han motivado la creación de “El Guerrero Solar” son tanto evolucionarios como revolucionarios.
Son principios evolucionarios, pues en todo momento se ha partido de la premisa de que no existe potencial evolucionario de la humanidad en sí misma, sino en cuanto tal humanidad -o más concretamente el hombre- logra establecer vínculos firmes con las nuevas realidades externas al dominio humano, logrando que tal vínculo cree una simbiosis armónica entre ambas partes. Por tanto un nuevo vínculo con el cosmos exige necesariamente de un conocimiento riguroso y adecuado del cosmos, pero de ningún modo este conocimiento del cosmos es independiente del Ser o sujeto que conoce, y por ello, en la labor de establecer tal vínculo en el siglo XXI, resulta imprescindible tanto:
a) el conocimiento integral del cosmos
b) la recuperación de un conocimiento integral acerca de la naturaleza del hombre
Y es en este sentido que “El Guerrero Solar” necesariamente complementa la ambición evolucionaria con la revolucionaria, recuperando así la significación original de “revolución” del Latín re-volvere, el cual significa “volver a los orígenes”, no obviamente en sentido histórico, pero en sentido más bien meta-histórico, esto es, en el sentido de recuperar una visión y unos principios que, independientemente del tiempo y espacio, permiten ligar armónicamente al hombre con las condiciones específicas de tal tiempo y de tal espacio.
Precisamente debido a este posicionamiento, la publicación en las editoriales de nuestros tiempos de “El Guerrero Solar” resulta una misión destinada anticipadamente al fracaso, pues en esta obra se prescinde de cualquier concepción humanista, liberal, conservadora, ideológica, ideal, evolucionista, económica, romántica o espiritualista del hombre, las cuales son todas promovidas de una manera u otra en el dominio editorial y de los mass-media para alimentar y fortificar en última instancia la alienación de la humanidad respecto de un entorno relativamente nuevo: el urbano/industrial/tecnológico y cibernético moderno que sigue unas leyes absolutamente independientes de cualquier valoración humanista, liberal, conservadora, tecnológica, ideal, evolucionista, económica, romántica o espiritualista.
Evidentemente esto último sonará en primera instancia muy radical a muchos oídos, del mismo modo que les habría sonado muy radical a los pasajeros de primera clase del Titanic el escuchar que ninguna de sus concepciones románticas, económicas, políticas o de clase podían hacer nada frente a la fuerza titánica que trágicamente dirigía sus vidas, y que ellos no lograban ver al estar mayormente imbuidos de concepciones liberales y burguesas acerca de la libertad humana. Pero ahora el que quiera oír el mensaje podrá al fin oír el mensaje en toda su pureza y vigor, y mediante el aprendizaje de una concepción revolucionaria de la libertad humana, tal individuo no sólo será libre frente a las fuerzas determinantes del siglo XXI, pero lo que es más importante, dominará tales fuerzas en su propio beneficio.
También se debe avisar al lector que el mensaje de “El Guerrero Solar” no busca promover la autosatisfacción del ego del lector, ni promover aquello que en los últimos tiempos se ha venido a llamar “pensamiento positivo” positive thinking… Esta trilogía no pretende entretener, ser gustado, ser “cool”, ni ser “interesante”, como así puede acontecer con muchas otras obras o géneros… Se trata esencialmente de una obra formativa, dirigida a aquellos espíritus vigorosos y nobles que quieren alcanzar lo máximo que se pueda alcanzar en la vida por sí mismos y dejar una marca en el mundo que pueda traspasar milenios, con absoluta responsabilidad. Pero esta responsabilidad va necesariamente a la par de una disciplina, sobre todo, de una auto-disciplina… Del mismo modo que las matemáticas constituyen una de las disciplinas más odiadas y sin embargo más útiles en la vida práctica, esta trilogía también se caracteriza por el mismo carácter típico de las matemáticas, y por tanto difícilmente puede constituir un alimento intelectual adecuado a aquellos individuos vagos o cómodos que se dejan llevar fácilmente por las mareas de las circunstancias o la diversión, y que por tanto aspiran a una vida feliz libre de tensiones.
Por ello que el título de la obra es de tipo guerrero; aunque eminentemente guerrero, recuperando tanto del concepto “guerrero” como “guerra” sus virtudes más nobles, majestuosas y honorables, las cuales han sido completamente degradadas en nuestros tiempos debido al barbarismo técnico de la guerra moderna, y en menor medida debido a la difusión de determinados contenidos cinematográficos y literarios. Pero desde el punto de vista más auténtico y tradicional de guerra, como aquel encarnado por los Caballeros Templarios en Occidente o los Samurai en Oriente, una cuestión crucial es la definición específica de la naturaleza del conflicto actual y la naturaleza del enemigo.
Y es que durante los últimos dos siglos, el concepto de “enemigo” también se ha degradado de forma abrupta en paralelo al concepto “guerra”, pues del mismo modo que se ha venido a pensar en el dominio cultural de nuestros tiempos que la guerra es motivada por intereses económicos o de clase, ello ha redundado en que el concepto de enemigo mismo se haya reducido inevitablemente a la de estar vinculada con motivaciones económicas o de clase… Sin embargo, esta visión empobrece enormemente aquella concebida por ejemplo hace más de siete siglos por los Caballeros Templarios, quienes concebían la guerra como un conflicto necesario e imprescindible entre diversos poderes, con el objetivo de favorecer procesos de síntesis y destrucción que son consustanciales a cualquier civilización humana. Estos poderes son siempre configurados por los Estados y por los Imperios, como entidades formativas y fuerzas históricas que determinan la cultura, las religiones, los procesos económicos y las organizaciones sociales… Y en todo esto, la guerra aparece como el conflicto necesario entre cosmovisiones diferentes con el objetivo de modificar la configuración de los Estados y así permitir que el hombre singular integrado en tal Estado encuentre nuevas finalidades y medios cuando las condiciones de vida se modifican.
Esto último prácticamente implica que allí donde hay cambio, evolución y síntesis tiene que haber necesariamente guerra y conflicto… Ahora bien, ¿Cómo se puede aplicar esta idea básica a las condiciones de la actualidad? Si en el mundo industrial y civilizado de las megalópolis modernas se viven tiempos de paz… ¿Acaso esto significa que no hay cambio, ni evolución ni síntesis?
En realidad en la asunción anterior se parte de una premisa errónea: la de considerar que en el mundo desarrollado vivimos tiempos de paz. Sería mucho más preciso decir que en las sociedades desarrolladas vivimos en gran medida tiempos de confort y bienestar material, pero en la práctica no es posible alcanzar en el mundo desarrollado tales condiciones de confort y bienestar material sin una explotación masiva e insostenible a nivel planetario de recursos energéticos, materiales y humanos, unido a la necesaria desestructuración de las comunidades y culturas tradicionales, creando inevitables procesos de desarraigo y neurosis. El hecho de que este proceso destructor se pueda compensar momentáneamente con sucedáneos de confort, entretenimiento y consumo no implica que se elimine el latente proceso destructor mismo, del mismo modo que un calmante o antidepresivo no logra nunca atacar la raíz de un conflicto psicológico.
Por ello que seguimos viviendo en tiempos de guerra profunda, aunque sólo sea por observación superficial del nivel de conflicto subyacente que se trasluce en nuestras sociedades, no necesariamente un conflicto que se expresa tanto en número de pérdidas de vidas humanas -como acontece en el caso del aspecto más barbárico de la guerra moderna- como en el hecho de la sospechosa necesidad existente en las sociedades desarrolladas de evitar el afrontamiento del conflicto mediante todo tipo de evasiones, diversiones y sucedáneos.
Por tanto, sospechando ya a estas alturas la existencia casi innegable de un conflicto latente en las sociedades desarrolladas de nuestros tiempos… ¿Cuál es la naturaleza del conflicto?… Pues ante esta cuestión habrá que recurrir de nuevo a una visión del mundo perdida en la noche de los tiempos en la que se asume de forma implícita que la guerra posee en sí un carácter espiritual o anti-espiritual. De nuevo, es muy probable que esta última afirmación choque de lleno con cualquier premisa espiritualista que asuma que todo lo “espiritual” deba ser sinónimo de pacifismo, armonía, misticismo, beatitud, y en menor medida vinculado a las corrientes “New Age” de lo más diverso aparecidas en las últimas décadas en las sociedades desarrolladas. Pero tal choque en ningún caso es un choque contra el valor de lo espiritual, sino en realidad supone un choque contra una visión reduccionista de lo espiritual, la cual dosifica una versión reconfortante de lo espiritual que tiende implícitamente a exigir en última instancia condiciones de bienestar material como infraestructura requerida para tal superestructura espiritualista y pacifista… Y quieran o no admitirlo los proponentes de semejante espiritualismo, tal infraestructura material moderna de ningún modo se ha logrado conseguir mediante medios pacíficos, pues la industria que lo hace posible es destructora por naturaleza.
Hecha esta matización, en “El Guerrero Solar” se proporciona una visión del conflicto de nuestros tiempos, evitando naturalmente cualquier posicionamiento ideológico que evada el enfrentamiento del conflicto mismo. Se considera que como en todo conflicto, existen fuerzas destinadas a vencer y a promover la síntesis, hallándose éstas últimas siempre en oposición a fuerzas destinadas a perder y a promover la fragmentación. Y se asume que el conocimiento profundo de una de las fuerzas permite conocer la otra, y viceversa… Por ello que en la trilogía “El Guerrero Solar” existe una contraposición constante entre la virtud heroica, y todas aquellas condiciones sociales, políticas, éticas, tecnológicas que tienden a lastrar el brillo intrínseco de tal virtud. Así, en primera instancia, se puede concebir al “Guerrero Solar” como aquel individuo que ha logrado hacer prevalecer la virtud heroica frente a la usurpación de las fuerzas disgregantes existentes en una época dada, pero tal victoria es impensable si no se recupera por un lado tanto los principios de la virtud heroica como por el otro el conocimiento de las fuerzas disgregantes y destructivas de una época dada.
Ahora bien, por motivos didácticos se ha pretendido en esta trilogía no describir de modo estrictamente separado tanto la virtud heroica como las fuerzas disgregantes, sino que se ha logrado crear una transición progresiva entre los dos dominios, un puente que pueda facilitar al lector y aspirante a “Guerrero Solar” el conocimiento de las repercusiones directas de este conflicto en los dominios de las ideologías, la historia, la ciencia, la política, la ética y la infraestructura material de nuestras sociedades. Por esto mismo, la idea de una trilogía pareció la más adecuada, donde por su parte en “Orígenes, Ascenso y Decadencia” se enfatiza más en la virtud heroica, en “El Eclipse” se intensifica más en la transición o puente, y en “El Porvenir” se describen del modo más sintético y breve posible las condiciones específicas de nuestros tiempos que albergan medios y sistemas caracterizados por el potencial de disgregar y desvirtuar la capacidad humana de alcanzar estados plenos de libertad y dominio.
El objetivo de la trilogía de “El Guerrero Solar”
El nacimiento de la trilogía “El Guerrero Solar” se debe en gran medida a la profunda percepción del estado de crisis en el que vivimos actualmente, y a la necesidad imperiosa de ahondar en un diagnóstico profundo de tal crisis con el objetivo de poder superarla. Y es encarando este problema como el espíritu puramente sintético de la obra emerge como respuesta fundamental.
Tendemos a concebir, por inercia o comodidad, que si existe hoy en día una crisis se trata de una crisis económica, mientras otros aducirán que vivimos tiempos de crisis políticas, morales, éticas, de valores, etc. Pero en última instancia todas estas expresiones parciales de la crisis se hallan muy interconectadas, y por ello ni siquiera la crisis económica se puede resolver si no se actúa sobre los otros dominios… Por tanto, se puede ya intuir aquí un problema altamente sistémico… En la naturaleza todos los sistemas vivos tienden a la auto-organización y a adquirir los estados llamados homeostáticos, lo cual brevemente significa que en condiciones de caos y de disipación energética todas las funciones, órganos y subsistemas se coordinan entre sí sirviendo a una finalidad común. Ahora bien, aunque esto suceda en el dominio de la naturaleza, en el caso de las civilizaciones tal homeostasis raramente tiene lugar, y precisamente en el caso de las civilizaciones tecnológicas, urbanas e industriales modernas como las que vivimos en la actualidad, difícilmente hallaremos individuos capacitados para responder a la cuestión crucial: ¿A qué fin sirve tal desarrollo?… Por ejemplo, en el dominio político esta respuesta se halla siempre vinculada de un modo u otro a la idea de que tal desarrollo y crecimiento económico sirve a la felicidad individual material y al ejercicio de las libertades individuales, pero precisamente en esta respuesta se evidencia ya una gran abdicación, puesto que una finalidad, si es una finalidad verdadera, no debe servir a propósitos individualistas, sino servir a algo que trascienda el individualismo y que haga converger armónicamente las virtudes y atributos de los miembros dados de una sociedad.
De lo anterior se puede deducir que una de las razones fundamentales de la crisis que vivimos está directamente relacionado con la incapacidad por parte de las instituciones o Estados de definir finalidades que vayan más allá de promover las libertades individuales y económicas de los individuos. Pero ante esta situación surgirá un gran interrogante para las mentes más despiertas, pues… Suponiendo entonces que los Estados-nación o las instituciones de las sociedades urbano-industriales no definen en efecto finalidades verdaderas: ¿Cómo es que entonces la sociedad moderna esté aún tan sofisticadamente organizada a pesar de las crisis parciales? La respuesta a esta pregunta se constituirá en la más difícil de digerir por parte de nuestros contemporáneos, y sin embargo será la que permitirá ver con ojos renovados el verdadero estado de las cosas… Y es que el estado altamente organizado de los dominios urbano/industriales modernos exige necesariamente la existencia de una finalidad, aunque lo más dramático -o mejor dicho lo más trágico- es que la finalidad misma es desconocida por parte de las sociedades e individuos que obedecen a tal finalidad, aún necesitando el individuo creer que obedece a criterios elegidos por él/ella mismo. En última instancia, el individualismo mismo es una condición necesaria para servir a tal finalidad desconocida, y sobre la que en esta trilogía “El Guerrero Solar” se pretende arrojar luz.
Es precisamente en situaciones donde existen efectivamente finalidades, y sin embargo donde estas son desconocidas por los hombres, cuando con el más estricto rigor se puede hablar de la presencia de las fuerzas de la oscuridad, puesto que el hombre, incluso en su feroz individualismo, es determinado en lo más profundo por tales fuerzas, aunque sea desconocedor de la naturaleza de las fuerzas mismas. Como dijimos más arriba, esta obediencia inconsciente a fuerzas determinadas está vinculado al desconocimiento profundo de la naturaleza humana misma en su aspecto más integral, considerando en este conocimiento integral el poder decisivo de todos los factores inconscientes y subconscientes que incluso las escuelas psicoanalíticas del pasado siglo no lograron identificar en toda su verdadera trascendencia, sobre todo teniendo en cuenta la velocidad de cambio vertiginoso que experimentó el medio y la biosfera terrestre en el último siglo. El hecho de arrojar luz sobre estas oscuras fuerzas inconscientes y subconscientes es lo que se constituye en la condición necesaria para dominar tales fuerzas y alcanzar la estrella de un destino humano y la libertad. De lo contrario, todo discurso acerca de la libertad se torna altamente virtual.
Y no sólo la libertad, pero también los dominios éticos, políticos y morales de nuestros tiempos se han tornado altamente virtuales y abstractos, por la sencilla razón de que son impotentes a la hora de enfrentarse y hacerse valer frente al imperativo del desarrollo incesante, el cual en última instancia ha monopolizado a lo largo de las últimas décadas la acción de los hombres, y tal criterio de desarrollo es lo que asigna socialmente el valor del individuo que ejerce tales acciones. El lector podrá encontrar miles de ejemplos de esto último en su vida cotidiana… Y sin embargo, aún siendo esto bastante evidente, sigue sin saberse cuál es la respuesta a la gran pregunta: ¿Cuál es la finalidad de este desarrollo?…
Esta pregunta no podrá ser jamás respondida por aquellos que participan activamente de tal desarrollo, ni por todos aquellos que mediante la propagación de ideologías, espectáculos, consumismos y diversiones siguen aportando al hombre justificaciones falsas y alienantes que en ningún caso responden coherentemente a la pregunta. Tampoco puede ser respondida por el conjunto formado por los técnicos, ingenieros, científicos o tecnócratas en general que, sin ellos mismo saberlo, se constituyen en instrumentos humanos que implementan tal desarrollo… Quizá ésta sea la pregunta más decisiva de nuestros tiempos, y es necesario también determinar quién está en verdad capacitado para responderla.
Aquel capacitado para hacer la pregunta en primer lugar, y lo que es más importante, para hallar en sí la respuesta, tiene que corresponderse necesariamente con un tipo humano que hoy esta prácticamente extinguido en nuestras sociedades. Tiene que corresponderse con un tipo humano que trascienda cualquier visión mercantilista o técnica de la existencia. Aquellos que, en todo tiempo y lugar, lograban seguir finalidades que trascendían tales dominios eran los guerreros. Aquí no hablamos ni de soldados, ni mercenarios… Hablamos de individuos que se alineaban con las fuerzas de un Estado o Imperio, y que en sus acciones, encarnaban tales fuerzas, las cuales consolidaban el poder sobre el que luego los subsistemas económicos y las configuraciones sociales podían materializarse, como en el caso de un retrato sobre un lienzo; y precisamente el “retrato” constituía la finalidad que dirigía las acciones del guerrero, alineándose con el Estado o Imperio.
Sólo guerreros de este tipo son capaces de hacer la pregunta, y responderla, no necesariamente mediante construcciones intelectuales, pero en sus acciones, sus vidas, su combate y sus sacrificios. Pero hoy en día, estos guerreros brillan por su ausencia, en última instancia debido en primer lugar a la ausencia de Estados que estén iluminados por principios de Honor y Coraje, y en segundo lugar por el progresivo predominio planetario de Estados que han cedido al imperativo del desarrollo sin poder iluminar la finalidad misma de dicho desarrollo. Sin embargo, en nuestros tiempos la ausencia de luz a nivel de las instituciones públicas y de las corporaciones no significa que en otros dominios menos visibles, más clandestinos o enigmáticos, la cuestión de la finalidad de la condición humana en nuestra era sí haya sido transmitida de generación en generación desde hace siglos a través de un hilo dorado de enseñanzas y contactos que siempre han estado y estarán ahí para aquel que quiera abrir los ojos a tales cuestiones trascendentales. Este “imperio interior” se corresponde con una fuerza de naturaleza trascendental capaz de arrojar luz sobre las fuerzas determinantes de cualquier época, con el objetivo de emplearlas como medios que permitan definir el grado de sujeción del hombre a fuerzas despersonalizadoras y esclavizadores. Y la acción de emplear los medios de poder existentes en una época con fines de liberación de tal luz, y no con fines de apego a los medios de finalidad desconocida, se corresponde con una tarea heroica que exige de la condición natural de guerrero en aquel que encara tal misión. Por ello es que el único individuo que podrá responder a la cuestión de las finalidades y arrojar luz sobre las fuerzas oscuras de la época será necesariamente el Guerrero Solar, cuya vida misma expresa tal finalidad.
Por ello mismo que las situaciones de crisis y conflicto son siempre el alimento del Guerrero Solar. Y ello no iba a ser menos en nuestra época. Y lo que es más, los principios del Guerrero Solar tienden a degradarse irreversiblemente en situaciones de paz, estabilidad y armonía, mientras que emergen necesariamente con toda su fuerza en aquellos momentos históricos caracterizados por la disolución, la corrupción y la barbarie humana en todas sus formas. Por ello que el objetivo principal de la trilogía “El Guerrero Solar” es el de asistir al lector a que comprenda la existencia de unos determinismos -o leyes si se prefiere- que hoy en día lastran su potencial de actuar en un sentido que le permita culminar sus máximas y verdaderas aspiraciones. Estas leyes, por su parte, tienen varios grados que se expresan de modo diferente en los tres libros de la trilogía. Así, estas leyes son expresadas en su carácter más materialista y empírico en el tercer libro de la trilogía: “El porvenir” donde se enfatiza en la importancia del condicionamiento de las reacciones psico-fisiológicas humanas debido a la exposición regular al entorno de tipo cibernético, funcional y virtual que hoy en día se constituye en nuestro principal condición de existencia. A partir de este acercamiento crucial al dominio de la experiencia directa y efectiva de nuestros tiempos, en el segundo libro de la trilogía: “El Eclipse” se hace una aproximación más decisiva al dominio de las cosmovisiones, las ideologías y superestructuras que hemos asimilado durante siglos, y que permiten la adaptación psicológica y religiosa (en el sentido latino de re-ligare un colectivo en una dirección dada…) del individuo hacia una finalidad que no necesariamente es el que promueve su verdadera libertad y poder frente a todas las cosas. Algunos podrán considerar que este segundo libro está más dirigido al “alma” o “psique”, mientras que el tercero está más dirigido al “cuerpo” y a la experiencia, y a mí me parece ésta también una aproximación de gran coherencia. Y en el tercer lugar tenemos el primer libro de la trilogía “Orígenes, Ascenso y Decadencia” donde se penetra mucho más en el dominio metafísico, un dominio éste último considerado como un “desecho subjetivo” por parte de gran parte de la ciencia moderna, y que sin embargo a través de una profunda introspección en los significados últimos del mito y la leyenda, tal dominio permitirá entender el sentido de conjunto y la dirección de conjunto, no sólo del desarrollo de los tres libros de la trilogía, sino que el lector logrará eventualmente percibir tales desarrollos en su propia vida.
Es en este aspecto que la colección es revolucionaria, pues se vuelve a los orígenes para recuperar un sentido que ya no sirve como motivo de nostalgia o romanticismo, pero más bien para construir un sentido aquí y ahora, sobre las bases físicas y materiales efectivas existentes en el Siglo XXI. Evidentemente hablamos aquí de edificar los primeros ladrillos de un proyecto gigantesco que requerirá un esfuerzo sobrehumano, pero la eterna Roma -el Sacro Imperio Romano- tampoco se construyó en dos días.
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